Todos los domingos después de misa, los jóvenes hijos de inmigrantes irlandeses hacían breves reuniones sociales frente a la parroquia. Por esos días había llegado al pueblo Willy Kehoe, oriundo de Chascomús y mayoral de una de las diligencias que cumplía su recorrido entre Pergamino y Venado Tuerto.
El casamiento se postergó por un año, como era costumbre entonces, pero Willy no resistiría tanto tiempo sin poseer a Maggie.
Un día como tantos, trepó a la galera con cuatro pasajeros a bordo, azuzó a los caballos y partió rumbo a Pergamino. Desde ese día, Willy con Maggie nunca más regresaron a Venado Tuerto; ella lo hizo después de enviudar, allá por el año 1892 junto a sus cuatro hijos.
El casamiento se postergó por un año, como era costumbre entonces, pero Willy no resistiría tanto tiempo sin poseer a Maggie.
Un día como tantos, trepó a la galera con cuatro pasajeros a bordo, azuzó a los caballos y partió rumbo a Pergamino. Desde ese día, Willy con Maggie nunca más regresaron a Venado Tuerto; ella lo hizo después de enviudar, allá por el año 1892 junto a sus cuatro hijos.
Willy era un muchacho de 30 y pico de años, de estampa varonil y costumbres extravagantes; muy divertido y desprejuiciado, virtudes y defectos que los más jóvenes admiraban y los veteranos envidiaban. Algunos vieron en él a un peliagudo competidor y se dedicaron a denigrarlo, diciendo que era un vividor adicto al trago y a la timba. Pero a pesar de ello, a la hora de las reuniones sociales todos querían estar a su lado y compartir sus ocurrencias. “¡Se atropellan como ganado para estar con él!” decían algunos con cierto malestar, considerándose desplazados por este raro galán que tanto atraía a las mujeres. Los más despechados comentaban que el padre lo había echado de la casa por vago, lo que no era extraño, aunque a nadie le importaba, porque Willy había salido adelante por sus propios medios, iniciándose como postillón cuando apenas tenía 12 años, sorteando los embates indígenas con astucia y bizarría en los agrestes desiertos pampeanos. ¡Cuántos envidiaban a este atrevido y desenfadado chinetero! Adicto a los burros, no había paisano a quien no le hubiera pedido dinero para apostar a las cuadreras que se corrían a orillas del pueblo. Siempre seco, pero cuando la suerte lo favorecía, saldaba sus deudas y después gran fiesta en el boliche. El viejo Kearney lo quería muchísimo: hasta perdió amigos por defenderlo. “Es el hijo que no tuve” –decía, reflejando lo mucho que hubiera deseado ser como él. Pero su cariño fue excesivo, porque cuando Willy le pidió casarse con su hija Maggie, la menor, el corazón del pobre viejo no lo soportó y se entregó a la muerte.
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