lunes, 10 de marzo de 2025

AMIGOS PARA SIEMPRE

“Nuestro amigo está en un lugar
donde todos iremos algún día, 
por ahora se nos adelantó 
y nos deja el grato recuerdo 
de una amistad 
tan valiosa e inolvidable”.

Sucedió en la década del 50, el día que murió el tropero Aquilino Monzón. Durante su ancianidad Aquilino vivió sus últimos años “de regalo” en el puesto Nº 3 de la Estancia “La Británica”, de Alejandro Estrugamou.  Digo “de regalo”, no porque su patrón fuese generoso, sino porque sus amigos, intercedieron ante el mayordomo para que el viejo permaneciera en su querencia en el ocaso de su vida. Cuando cumplió los 70 Aquilino pasó a retiro con una mísera jubilación y un capital compuesto por los enseres del rancho, el matungo “Pajarito” y una montura deshilachada; además del fiel “Cachilo”, un perro ovejero alemán que le regaló el cura del pueblo y que también estaba en el otoño de su existencia.

Eran las 10 de la mañana del sábado 16 de febrero del 52, cuando en el silencio veraniego de la pampa, Aquilino mateaba a la sombra del chañar frente al rancho. De pronto una brisa norteña sacudió los ramales del árbol; “Cachilo” gruñó y se asustó cuando su amo dejó caer el mate para reclinarse en el respaldo del banco.

Ese mediodía, como lo hacía habitualmente, pasó por el puesto el “Cholo” Cutró y se encontró con la triste escena de Aquilino sin vida y “Cachilo” acurrucado a sus pies. El “Cholo”, acostumbrado a trabajos pesados, alzó al viejo en sus brazos y lo tendió en el catre; luego salió a dar la noticia.

Al atardecer la peonada en pleno estaba velando a su amigo Aquilino. “El Cholo” Cutró, “El Chueco” Saravia, Juan Sandoval, “Pirincho” Contreras, “El Nene” Bursa y algunos más permanecieron hasta entrada la noche con Aquilino cómodamente instalado en su ataúd. Mientras tanto se había encendido el fuego y en la parrilla chillaba un costillar cuyo aroma apetitoso hacía rugir las tripas.

Los presentes se amucharon alrededor de la parrilla para saborear el manjar con una buena dosis de tintillo. Entre bocado y bocado corrían leyendas y recuerdos del finado, de quien todos guardaban el mejor de los recuerdos. De vez en cuando alguno alzaba su copa y brindaba en su honor.

Era medianoche y solamente quedaron los más íntimos. Cuatro amigos inseparables que comenzaron a aburrirse. “El Cholo” Cutró que lideraba el grupo, comenzó a lamentarse por la muerte de Aquilino y consideró que no era esta la manera de despedirlo.

“Esta noche no va a venir más gente…” -dijo con lamento- “Y esto se está poniendo muy pesao”.

“Y qué vamo a hacer, “Cholo” -acotó Pirincho Contreras- "No podemos dejarlo solo al finado, tenemo que velarlo…”

“Es precisamente eso lo que no vamo a hacer…” -retrucó “el Cholo”“Lo vamo a llevar con nosotro a tomar unas copas al 'Coloso'”.

Y así lo hicieron. Cargaron el jonca y a "Cachilo" en la chata del “Chueco” y partieron rumbo al boliche “El Coloso”. Allí pasaron la noche entre copas y truco; mientras afuera Aquilino y el "Cachilo" esperaban pacientemente en la chata.

Apenas despuntó el día, emprendieron el regreso al rancho donde continuó el velorio hasta la hora del sepelio.

Así son los verdaderos amigos, los que no te abandonan ni el día de tu muerte.

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