Casi siempre tomaba el mismo camino de regreso a casa, pero ese día, atraído por la curiosidad, fui por otra calle recientemente remozada.
Caminar por aquella avenida, con canteros llenos de flores y retoños de las más variadas especies, era muy placentero. Imaginando los colores que vendrían en la próxima primavera, me olvidé del fío de esa noche de julio y avancé algunas cuadras más. Luego giré a la izquierda y emprendí mi regreso por otra vía menos concurrida.
Al pasar frente a los amplios ventanales de una antigua casa de señorío colonial, oí una acalorada discusión entre un hombre y una mujer.
Amparado por las sombras y vencido por mi curiosidad, indiscretamente me puse a escuchar:
- ¿¡Qué hiciste!? – preguntaba el hombre sorprendido.
- ¡Lo maté, mi amor, lo maté! –sollozaba histérica la mujer.
- ¿¡Que lo mataste?!
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Lo maté, te juro que lo maté! –insistía ella
-Está bien, está bien…-respondió él para tranquilizador- La verdad es que el viejo se lo merecía… Ahora tenemos que hacer creer que se suicidó estando borracho…
- ¡No!... ¡A él no!... –reaccionó violentamente la mujer- Hice lo correcto ¿No mi amor?
- ¿! ¡¿Qué querés decir?! –indagó él dudoso- ¡No me dirás que mataste al bebé!
-¡¡Sí!! –gritó ella desaforada.
A esa altura de los acontecimientos el que estaba enteramente loco era yo. Salí de allí corriendo despavorido. Cuando llegué a mi casa llamé desesperadamente a la policía para denunciar lo que acababa de escuchar y sin perder tiempo, volví corriendo al lugar.
El horror, que me había sacado de todo control, me impedía coordinar mis sentidos y asimilar semejante tragedia familiar. A medida que me iba acercando a la casa, veía cómo llegaban al lugar los vehículos policiales y las ambulancias. No me animé a acercarme más; por lo que pude observar todos los movimientos a la distancia. Al cabo de un rato la policía y los médicos se retiraron de la casa y la gente comenzó a dispersarse. Carcomido por la curiosidad morbosa, me acerqué a un hombre que había estado entre los curiosos y le pregunté qué había ocurrido, simulando ignorar lo sucedido.
- ¡No pasó nada!... –me respondió con una franca carcajada. –En esta casa funciona una escuela de teatro y estaban ensayando una obra dramática que algún ignorante confundió con la realidad y llamó a la policía”
Sentí vergüenza y alivio. Volví a mi casa y después de una ducha caliente me fui a dormir… No pude conciliar el sueño en toda la noche.
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