El tren llegó a Pergamino al atardecer y los viajeros se dirigieron al hospedaje del pueblo. En el establo estaban los carruajes y los caballos listos para la travesía del día siguiente. El clima caluroso demandaba que la partida debía iniciarse muy temprano, hacia los campos del Venado Tuerto. Frente a la posada, y desde muy temprano, mucha gente se juntó para ver los carruajes nuevos y los caballos de pedigrí con lustrosos arneses dorados, prontos para la travesía. El espectáculo era inusual para el pueblo, que no estaba acostumbrado a ver a tanta gente arribar por ferrocarril. “¿Qué andarán buscando por acá tantos ingleses?” se preguntaban, sin saber que era un grupo de intrépidos adelantados dispuestos a ensanchar las fronteras de la pampa y poblar las desiertas tierras santafesinas.

A medio camino, el sol estaba en plomada y el calor agobiante obligó a los viajeros a tomarse un descanso a orillas de una laguna, donde los animales pudieran abrevar. En el otro extremo del pantano, se divisaba una columna de humo que llamó la atención a Don Eduardo Casey -guía de la expedición, hombre intrépido y observador- quien de inmediato tomó sus catalejos y pudo escrutar un reducto. Ante el temor de una embestida maleva que pusiera en riesgo a los viajeros, montó a caballo y partió hacia el lugar acompañado por el postillón.
Cuando llegaron al asentamiento, tres hombres salieron a su encuentro con cara de pocos amigos. Casey, avezado en estas huestes, les ganó de mano y saludó efusivamente con un “¡Buenas tardes paisanos!” y se apeó del caballo. “Ando buscando ayuda” dijo con autoridad aplomada. “Se nos ha quebrado una pierna el postillón y necesitamos unos maderos para entablarlo”-arguyó con astucia. Los tres hombres seguían inmutables mirándose unos a otros, como si no entendieran el lenguaje del forastero. Entonces Casey continuó: “Tengo a cambio aguardiente y tabaco para compensar”. En ese instante se miraron entre ellos dando señales de aprobación a lo que el más veterano respondió: “Aura sí hay trato”. De inmediato Casey le ordenó al postillón que fuera a buscar lo prometido mientras él continuaba conversando con sus anfitriones, que lo invitaron a matear con un anciano que, cobijado bajo un toldo precario, estaba sermoneando a un chico que escuchaba con atención sus palabras.
- “Vos sos pollo, y te convienen toditas estas razones, mis consejos y lecciones, no echés nunca en el olvido, en las riñas he aprendido a no pelear sin puyones”, decía el viejo apuntándole su índice derecho, y con la izquierda sostenía el mate humeante. En eso estaba cuando giró la vista a los recién llegados; y como queriendo legitimar sus regaños, espetó: “Con estos consejos y otros que yo en mi memoria encierro, y que aquí no desentierro, educándome seguía, hasta que al fin se dormía, mesturao entre los perros”, y tomó la pava enhollinada y vertió agua en el mate que alcanzó al forastero: “Me yaman el Viejo Vizcacha” dijo “Porque me achacan roñoso y agarrau, pero mi cumpa Martín, ánima en pena que anda rondando el pago, me dejó a este gurí guacho pa’ que no juera pillao por la milicada”.
- ¿Quién era Martín? - preguntó Casey devolviendo el mate acabado.
- El gaucho Fierro -respondió el cacique anfitrión.
- ¿Y anda por estos pagos? -indagó nuevamente Casey.
-No se sabe, porque se ha cortado entre los infieles cuerpiándole a los milicos, y el viejo, que siempre anda echando panes, lo da por muerto fantaseando con su ánima penando querencia…
-Es ansina aparcero, -soltó el viejo Vizcacha- ¡La pucha si era guapo el Martín! ¡Se retoba conmigo cuando el gurí se mete en nido ajeno!¡Pero el muy ladino es astilla del mismo palo y no lo puedo enderezar! -Deliraba malignamente el viejo como queriendo probar la dureza con la que trataba al chico.
Y así siguió la conversa, entre los delirios del Viejo Vizcacha y la preocupación de don Eduardo por ganarse la confianza de este revoltijo de criollos y aborígenes; matreros y forajidos; temibles y mansos nómades lanzados a su suerte en medio del desierto pampeano, mientras esperaba el regreso del postillón con los elementos de canje. Sin dudas -casi con certeza- se podría afirmar que don Eduardo Casey fue el primer gringo con alma gaucha, que campeó estos confines inciertos donde mateó con el Viejo Vizcacha a orillas de la laguna, camino de la rastrillada.
Este relato obtuvo Mención de Honor en el certamen "Mateando con el Viejo Vizcacha" que organizó el área Literatura de la Municipalidad de Venado Tuerto por el día de la tradición. 10 de noviembre de 2014
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